José Ignacio Delgado
LEM
Hoy hace 99 años, nacía en Polonia un escritor clave del siglo XX.

Esta madrugada, como tantas veces, me sorprende leyendo. Y después de cerrar por tercera vez en mi vida la novela Solaris, compruebo que el día que amanece corresponde a la fecha en que hace 99 años nacía en Polonia su autor. Acaso este azar merezca unas líneas.
Es del todo innecesario repetir aquí datos del dominio público que abundan en la biografía de Stanislaw Lem (dejaré esa labor de corta y pega a los eruditos que fatigan largos párrafos para relleno de febles críticas literarias, cinematográficas o musicales). Sí me detendré en señalar, aunque innecesariamente, la importancia de un autor que, encasillado por esos mismos críticos en el género de la Ciencia-Ficción, trascendió con mucho esa limitadora etiqueta. La monumental erudición (aquí sí se merece tal consideración), el enfoque implacablemente riguroso de sus razonamientos o especulaciones, la convicción de que es imposible intentar siquiera la comprensión del cosmos atendiendo solo a un enfoque antropocéntrico, la utilización del más fino humor par satirizar la estéril escolástica en que suelen enredarse las comunidades científicas, todo ello amalgamado por una portentosa imaginación, son solo algunas de las razones por las que Lem es uno de mis escritores de cabecera. Un consejo para quien aún no lo haya leído: vuele a buscar una de sus novelas y déjese deslumbrar por primera vez. Yo recomendaría, por no perderme en la enumeración de una obra prolija que abarca novela, ensayo, cuentos..., la citada Solaris, apasionante e inquietante a partes iguales. En mi particular parnaso, ocupa un lugar destacado junto a las Crónicas Marcianas de Bradbury, y es que, salvando las diferencias de estilo -uno se decanta por el tono poético, casi elegíaco, de su narración; el otro por una frialdad casi de laboratorio-, ambas tienen en común mucho más de lo que a priori podría pensarse: resumidamente, la resignación matizada por una leve esperanza, ante nuestra insignificancia y soledad en la vastedad del cosmos. Las dos son obras maestras.
Solaris es la gran tapada en esas estériles listas de los 10 mejores (para el caso que nos ocupa, de la CF) con que nos abruman desde blogs, revistas digitales o impresas, recopilaciones, artículos... Ignoro si algo tendrá que ver el origen polaco de Lem entre tantos autores anglosajones por re-descubrir y/o promocionar, o la poca predisposición que tuvo para lo mediático. Sin embargo este humilde lector, que nunca ha tenido prejuicios literarios (soy tan stephenkingniano como borgiano) y que en su juventud suplió con muchas decenas de utopías científico-literarias su incapacidad para las relaciones sociales, da fe de que la bellísima historia del océano-cerebro, ese imperfecto dios al que se refiere el lúcido Doctor Kelvin, con su pavorosa intrahistoria de amor perdido y encontrado, es una de las obras literarias que más profunda huella le han dejado. No concibo mi propio mundo sin la posibilidad de que un monstruo como Harey pueda aparecérseme un día, aún sabiendo de antemano que, al igual que le sucede a Kelvin, nunca podría retenerlo a mi lado.
Solaris, que yo sepa, ha tenido dos adaptaciones al cine. La de Steven Soderbergh (2007), es un brillante artefacto visual al servicio del tan guapo como i-nesspresivo G. Clooney. Es una pena que la otrora promesa del cine indie se decantara casi exclusivamente por la vertiente amorosa y palomitera de tan complejo relato.
La que firmó el nunca suficientemente valorado Andréi Tarkovski (1972), aquel cineasta capaz de esculpir el tiempo, es, a mi entender, una de las películas más complejas, bellas y emocionantes jamás filmadas. Todo buen aficionado al Arte debería verla al menos una vez cada cinco años (tiempo suficiente para que se asiente en la memoria y permita un gozoso redescubrimiento). Aunque ya se sabe: tres horas en blanco y negro, en ruso subtitulado y con música de J.S. Bach, para una película de Ciencia Ficción... Mejor una maratón de Alien (por qué, Ridley, nos sigues castigando si lo hiciste perfecto con la primera...), o la última de Star Wars, que eso sí es cine del bueno.
En cualquier caso feliz cumpleaños, Maestro Lem.