José Ignacio Delgado
Bernstein, ese monstruo
“El mejor pianista entre los directores, el mejor director entre los compositores, el mejor compositor entre los pianistas...”

Bastaría esta cita de A. Rubinstein para significar concisamente la importancia de Leonard Bernstein en el campo de la Música. Sin embargo, y sin pretender 'enmendar la plana' al gran pianista, es obligado recordar que la dimensión del personaje en cuestión trasciende ese (inmenso) campo. Fue un excepcional transmisor de conocimiento, tan carismático como admirado. Baste recordar que al paso de su comitiva fúnebre por las calles de Nueva York, los obreros de la construcción se quitaban respetuosamente el casco mientras decían (muchos con lágrimas en los ojos) "Adiós, Lenny". Y es que aquel niño nacido en Lawrence (Massachusetts) en 1918, llegó a convertirse en uno de los iconos culturales del siglo XX no solo por sus muchas cualidades artísticas, sino también por su labor en la divulgación de la 'música seria' entre todos los públicos. Para ello utilizó como nadie el enorme potencial de los incipientes medios de comunicación de masas pero, sobre todo, una arrolladora y casi hipnótica personalidad. ¿Ha habido antes o después un 'comunicador' capaz de enseñar el arte con esa empática sabiduría y sin el menor asomo de la pedante afectación que hace tan insoportables a los presuntos especialistas?
Escapa a la capacidad de quien esto escribe sintetizar en unas pocas líneas la apasionante biografía de uno de sus ídolos, de quien puede afirmarse sin caer en la hipérbole que fue un auténtico genio. Ahí queda su trabajo incansable y apasionado, reflejado en numerosas grabaciones de grandes obras del repertorio (fue un especialista en Beethoven y, seguramente, el mejor conocedor y director de la compleja obra de Mahler). Sus conciertos arrastraban multitudes (si es que pueden aplicarse tales términos en el campo de la Música Clásica), precisamente a causa de esa pasión arrebatadora que transmitía a músicos y público. En su dimensión más social, un dandy habitual en el círculo de los Kennedy y entre lo más selecto de la intelectualidad 'neoyorkina', lo que no le impedía prestar su apoyo a movimientos reivindicativos como el de los Panteras Negras. Incontables artículos, reportajes y biografías dan fe de sus logros como compositor, pianista o director de orquesta. Hoy, el libre acceso a la inagotable fuente de información que brinda Internet, puede regalarnos con momentos de auténtico gozo. No escasean los documentales y grabaciones de sus conciertos y ensayos, verdaderos tour de force en los que, consciente de la atracción que provocaba, sabía mostrarse como el gran divo que era. Pondré un ejemplo:
En 1985, el sello Deutsche Grammophon propuso a Bernstein la grabación en estudio de su obra más conocida, la partitura que compuso en 1957 para West Side Story. [Como es bien conocido, la obra traslada a los barrios hispanos de Nueva York el imposible amor entre Romeo y Julieta de la tragedia 'shakesperiana'. Es el musical más representado en la historia, y su exitosa adaptación para el cine (R. Wise, 1961) elevó a la categoría de universal el fenómeno: estoy casi seguro que alguno de los contados habitantes de cualquier ignota aldea siberiana, reconocería los acordes de "María", "America" o "Tonight"... ]. Y así, 30 años después de su composición y de un éxito ininterrumpido, la todopoderosa 'Deutsche' dio carta blanca a Bernstein para editar un disco a la altura: orquesta sinfónica, los mejores técnicos del mundo y un plantel con algunos de los solistas más aclamados de su tiempo, Kiri Te Kanawa y José Carreras entre ellos. Como era de esperar el resultado fue extraordinario, y su compleja elaboración quedó reflejada en un documental asimismo fascinante. Periódicamente vuelvo a él para dejarme envolver por la magnética personalidad, equilibrio perfecto entre seducción, conocimiento y férrea exigencia, de Bernstein; por la elegancia de la 'Dame' Kiri y su voz excelsa; por la complicidad con los técnicos de sonido; por la admiración que siempre me produce ver trabajar a una orquesta de primer orden; y también, debo confesarlo, por el perverso placer que siento al ver a otro divo como Carreras (en esta ocasión, solo aspirante), sudando y sufriendo para llegar al nivel exigido por el afable monstruo. El pasaje en que le escuchamos reclamar la atención del tenor con la melodía de 'María' ("Carreeeeras, Carreras, Carreras, Carreras...") es, simplemente, impagable. Pero sobre todo esos momentos maravillosos, al igual que sobre todos los artículos, documentales, ensayos, biografías y películas que se han hecho y harán acerca del Maestro, planea con majestuosidad un elemento incontestable: su música luminosa y emocionante, instalada para siempre en la memoria colectiva de muchas generaciones.