José Ignacio Delgado
"Dune" y el cine (II)
Un apunte sobre la versión de Denis Villeneuve.

En una entrada anterior de este Blog iniciaba una serie dedicada a las adaptaciones al cine (reales y ensoñadas) de la monumental novela de Frank Herbert. No son tantas, pero su enumeración resulta fascinante por cuanto reflejan una diversidad de criterios que permiten adentrarse en disquisiciones, por ejemplo, sobre la complejidad de llevar a la pantalla lo que se concibió como obra literaria. Sobre la película de Villeneuve comenzaré diciendo que es un espectáculo audiovisual apabullante, en el mejor sentido de la expresión. En las antípodas del estilo kitsch imperante en el actual cine palomitero, el director canadiense nos regala de nuevo con esa particular estética que ya parece 'marca de la casa'. La fotografía parece suavemente velada, enfatizando una sensación de misterio y ensoñación que ya era perceptible en The Arrival (2016) y Blade Runner 2046 (2017). Asimismo es obligado ensalzar la perfecta utilización de los sofisticados efectos especiales, nunca un fin en sí mismos como ocurre en la práctica totalidad del actual cine fantástico, sino para recrear el entorno donde se mueven los personajes, contrastando el paisaje de los diferentes planetas. Otro tanto ocurre con la música, contenida y no invasiva, lo cual es de agradecer desde que las salas de cine se saturaron con los Dolby-Surround y posteriores inventos. En cuanto a la elección de personajes, entiendo que refleja adecuadamente la necesidad de incluir las variadas etnias y razas que pueblan Arrakis, Caladan o Giedi Primero (nuestra Tierra dispone afortunadamente de gran variedad de elección y, por ejemplo, en esta versión el Doctor Juhé tiene rasgos asiáticos...). Si nos atenemos a los personajes principales, equilibran la necesidad de promoción de juveniles estrellas emergentes (Zendaya, Timothée Chalamet) con veteranos curtidos en mil batallas (Stellan Skarsgård, Josh Brolin, Bardem), superhéroes reciclados (Momoa, Bautista) y alguna aportación verdaderamente interesante, como la fascinadora Rebecca Ferguson en el papel de Jessica Atreides. Todos los elementos, por tanto, apuntaban a ese 'hito cinematográfico', llamado a revolucionar el género de la Ciencia-Ficción, con el que se nos venía aleccionando desde hace muchos meses. La pregunta a responder, ¿era para tanto?. Mi personal valoración es que frente a expectativas tan altas, inevitablemente el resultado queda siempre por debajo (lo mismo me ocurrió con la ya citada Blade Runner 2049 que, por supuesto, palidece si se compara con el clásico de R. Scott). A mi entender son dos los problemas que lastran esta brillante producción: por un lado, nos enfrentamos a una película sin final, pues el modelo productivo de los grandes estudios hoy en día obliga a planificar siempre una saga, que en la mayoría de los casos resulta tediosa si bien debe ser una fórmula muy rentable. Así que, no se han encendido aún las luces de la sala cuando ya se anuncia la segunda parte. En el caso que nos ocupa, el hecho viene agravado por una sensación de improvisación (chapuza) con la que más de uno -yo mismo- puede llegar a sentirse 'timado'. Un final flojísimo que, sin duda, desmerece todo lo visto con anterioridad. Por otro lado, y esto es lo más significativo, la película no me ha conmovido en ningún momento. Seguramente sea un problema de quien esto escribe (los años no pasan en balde), pero salvo algún destello por parte de la citada Fergusson, los actores son incapaces de despertar en mí una mínima empatía. De unos me separa, supongo, un abismo por eso de la sensibilidad millenial o como se llame su respectiva generación; y los consagrados a los que avala una trayectoria de éxito dan la impresión por momentos de que sólo pasaban por allí (a cobrar el cheque). Debe ser el problema de grabar casi todas las escenas sobre un fondo verde que en el montaje se rellenarán con artefactos y decorados retrofuturistas. En este punto me veo obligado a recordar la denostada versión que allá por 1984 firmara mi venerado David Lynch. No negaré que el montaje criminal con que se distribuyó la película, la convirtió en un engendro casi caricaturesco. Tampoco que los efectos especiales (ya por entonces) transmitieran un cierto ambiente de mercadillo con el sobrante de otras producciones. Discutiría incluso sobre la elección de los personajes (lo mismo que en la recién estrenada, pero eso es siempre subjetivo). Y sin embargo, sobreponiéndose a sus numerosos defectos, el Dune de Lynch tenía la capacidad, aún lo hace, de provocar en mí cierto escalofrío de emoción por su romanticismo épico y desaforado, a fin de cuentas impotente ante la magnitud de la historia que quería contar. Más de treinta años después esto no me ocurre con película de Villeneuve, y lo lamento, porque el brillante envoltorio de este caramelo sin relleno ciertamente invitaba a soñar.