José Ignacio Delgado
El trueno
Hace rato que el trueno ha cesado.
Ya la lluvia los vidrios no azota,
pero el agua en el techo ha quedado
y se filtra por él gota a gota.
(Vicenta Castro)

Pasa el tiempo inexorable, y vamos ya camino de contar 11 años desde la muerte de un artista único. Puedo entender que para un público 'joven', deslumbrado por la fugaz brillantina de los videoclips, insensibilizado por el monocorde sonido de la producción digital, adormecido por letras de sonrojante simpleza, entender la trascendencia de un personaje como Enrique Morente sea tarea casi imposible. Y es que conceptos como 'multiculturalismo' o 'fusión' han perdido su significado original (si alguna vez lo tuvieron) una vez apropiados por la mercadotecnia, que todo lo vulgariza. Lástima, porque todos deberíamos (re)conocer a los artistas que, desde la autenticidad y la coherencia, muestran nuevos nuevos caminos.
La ruptura, que nunca debería ser tal sino más bien una 'enérgica' evolución, solo puede abordarse desde el profundo conocimiento de lo que antecede. Por eso, y a despecho del tópico, creo que los auténticos revolucionarios son quienes han estudiado durante largo tiempo a sus mayores, los que primero han imitado su arte y después descubierto un posible nuevo camino. Consecuentemente, recorrer ese camino de aprendizaje y posterior independencia los hace a su vez 'mayores'. En Morente, esta premisa en la que creo firmemente se cumple a rajatabla. Cada paso en su carrera fue al tiempo un homenaje a la tradición y una incursión en terreno desconocido. Lo atestiguan obras como “Cante flamenco”, “Cantes antiguos del flamenco” , “Homenaje flamenco a Miguel Hernández” ,“Despegando”, “Homenaje a don Antonio Chacón”, “Pablo de Málaga”... . Pero existe además otra cualidad, imitada con desigual fortuna por sus numerosos seguidores, que hace único al granaíno: la pasión por cantar a los grandes poetas de su tierra.
Recuerdo el profundo impacto que, en un lejano 1996, me produjo escuchar por primera vez "Omega". Mucho se ha escrito sobre esa obra capital en la que, con maestría de alquimista, el Ronco de Albaicín supo combinar a García Lorca, a Leonard Cohen (quien declaró su rendida admiración por el homenaje y por el arte de Morente) y al rock más puro y duro encarnado en el grupo Lagartija Nick. Omega trascendió géneros y etiquetas, entrando por derecho propio en el parnaso de las grandes obras musicales. Cerró un siglo (qué acertado el título...), y culminó una trayectoria artística extraordinaria. Del cantaor se ha dicho que mostró el camino de la emoción como principio artístico y búsqueda de la verdad. Ya solo escuchando el inicio de esta obra magna, uno ve plasmada esa idea. Lo que sigue en ese disco es una experiencia reveladora para los que amamos la música, con independencia de géneros y eqtiquetas.
Navegando por Internet (¿apreciamos realmente el privilegio de poder acceder al instante a un casi infinito archivo de documentación?...) he encontrado un testimonio excepcional del arte de Enrique Morente: una de sus viscerales y lúcidas versiones de García Lorca. Sala "El Molino". Va a cerrarse el recital. Alguien del público grita "¡La aurora...!", y el maestro, no sin ironía, la concede. Y así de 'sencillo' es como puede crearse un momento inolvidable. La poesía más oscura del poeta granadino; Nueva York y La Alhambra conectadas por un hilo invisible, galvanizador; el Flamenco como desgarrada expresión del dolor del alma; el trance de los músicos en escena, testigos y partícipes del ritual arcano; y la voz... la voz ronca y gutural del genio que va escalando, sin red de protección, hacia las alturas. Y una vez allí, como un antiguo dios de las tormentas, el cantaor convierte en trueno el gemido del poeta, y nuestra alma se estremece.
Fue aquel momento sublime durante una de sus últimas actuaciones.