José Ignacio Delgado
Hojas caídas
Recordando, siempre, a Eva Cassidy.

Cuando Eva Cassidy cantaba la portentosa versión de "Autumm leaves" ("Les feuilles mortes" en el original francés) que acompaña estas líneas, ya conocía el diagnóstico de la enfermedad que nos la arrebataría solo unos meses después. Era 1996, y ella contaba 33.
Los que aún seguimos por este mundo acumulamos otro otoño. Se cierra el ciclo (mi calendario comienza y acaba siempre en octubre) y las hojas amarillean antes de caer al suelo. Demasiado pronto se apagó aquella voz áurea que no quiso seguir el fácil camino del éxito al que invitaban los cantos de sirena. Eva solo cantaba lo que sentía: joyas intemporales que su sensibilidad atrapaba de tal forma que las anteriores versiones o incluso el mismísimo original podían palidecer. Recuerdo su conmovedora lectura sobre esa obra maestra de Sting, "Fields of Gold".
A veces me pierdo, creo que en busca de una fácil catarsis emocional, por la selva de los talent-shows televisivos. Y el poderoso contraste entre las vacuas pretensiones de los innúmeros concursantes (no más que digerible carnaza para el monstruo) y el poderoso espíritu que late en artistas como Eva Cassidy, reafirma mi escepticismo ante el panorama musical contemporáneo. El verdadero talento solo madura cuando es amorosamente cultivado en interminables, solitarios, ensayos; cuando se foguea noche tras noche en minúsculos clubes; cuando se elige el trabajoso peregrinar sobre la senda de la verdad y el trabajo. Así era Eva Cassidy, que solo cuando fue una hoja prematuramente caída comenzó a vender discos.
Las hojas caídas llaman a mi ventana
las doradas y rojas hojas caídas.
Puedo ver tus labios, y dorados besos de verano,
tus manos bronceadas que entrelazan las mías.
Desde que te fuiste, los días son más largos
y pronto escucharé la vieja canción del invierno,
pero te extraño tanto, amor,
cuando las hojas de otoño comienzan a caer.