José Ignacio Delgado
La bruja de Jove
Mito y realidad de Teresa Prieto, procesada por brujería en 1480.

Nuestras "ciudades invisibles" son muy antiguas. A lo largo de los siglos han acumulado fascinantes crónicas que poco a poco vamos descubriendo en este Blog. Hoy nos referiremos a la Bruja de Jove.
A finales del siglo XV, el aspecto de Jove era muy diferente al que hoy conocemos. De hecho, este barrio de Gijón era una de tantas pequeñas aldeas conectadas entre sí por estrechos caminos, que se diseminaban por la comarca. Es importante comprender que la peculiaridad geográfica asturiana, con las abruptas montañas a modo de muralla natural, había propiciado que la región fuera uno de los escasos lugares libres de la conquista musulmana. Una de las consecuencias fue la salvaguarda de una identidad cultural basada en creencias ancestrales que se transmitían oralmente de generación en generación, e incluía un profundo conocimiento de las propiedades curativas de los elementos que la Naturaleza ponía a su alcance. A menudo aisladas en parajes inhóspitos, las curanderas desarrollaban su vida en perfecta comunión con el bosque, del que obtenían toda clase de hierbas, frutos y raíces con los que preparar ungüentos, pócimas y remedios. No es difícil imaginar la forma en que seguramente eran contempladas por sus recelosos vecinos en un tiempo de supersticiones donde la leyenda se filtraba en la cotidianidad, conformando una peculiar mitología pagana en la que no faltaban diversos monstruos habitando en la escarpada montaña. Tal era el caso de las Estrigias, mito del que ya hay referencias en la Grecia Clásica (Strix) y posteriormente en diversos lugares del mundo, y que describe a unos temibles seres alados con poderosas garras, torso y cabeza de mujer, capaces de materializarse en cualquier lugar para robar la sangre de los niños.
Este es el peculiar contexto histórico en que se desarrolla la historia de Teresa Prieto, denunciada en 1480 por algunos de sus vecinos por la práctica de brujería y juzgada por el Tribunal de la Santa Inquisición. Imposible conocer los verdaderos motivos (¿envidia, desconfianza, la pretensión de hacerse con sus bienes?...) que se escondían tras la delación, pero entre los cargos presentados figuraba haber dado muerte a niños que presentaban heridas punzantes en la piel. Hoy, como seguramente entonces, sabemos que varias enfermedades contagiosas presentarían esos síntomas, que sin embargo se atribuyeron a la necesidad de conseguir sangre infantil para su hechizos. De esta forma, la desdichada mujer fue acusada de ser en realidad una Estrigia, convirtiéndose en el primer caso documentado de vampirismo en España (práctica que en realidad sí llegó a existir en siglos posteriores por parte de verdaderos asesinos en serie, los temibles "sacamantecas"). Según consta en el archivo de la Real Chancillería de Valladolid, los encargados de instruir el proceso fueron el mismísimo corregidor del Principado, el bachiller Brecianos, y el fiscal Juan de Acebal, quienes preventivamente condenaron a la presunta bruja a tormento para que confesase sus culpas, lo que no se consiguió pese a la cruel diligencia del verdugo. Aquí nuestra historia toma un giro inesperado, ya que Teresa, que se hallaba recluida en una celda a la espera de sentencia definitiva, logró escapar de prisión y esconderse de sus captores. Estos ordenaron su búsqueda para llevarla "caballera en asno, atados los pies y manos con una soga de esparto a la garganta, públicamente y ante el sonrojo de verse de tal guisa ante la población, hasta la forca de piedra donde fuese colgada. Allí había de estar hasta que se le saliese el espíritu vital y se le apartase el ánima de las carnes y, tras expirar, habría de quemarse su carne hasta hacer de ellas cenizas". Por fortuna la prófuga nunca fue encontrada. Su pista se perdió durante veinte años, momento en que apareció por sorpresa, nada menos que en la Real Chancillería de Valladolid, donde reclamó una revisión de su juicio. Y si todo lo anterior no fuera suficiente para hacer excepcional su historia, no lo es menos la conclusión de la misma, pues logró convencer al tribunal de su inocencia basándose en las numerosas irregularidades del proceso. En consecuencia, Teresa Prieto obtuvo en 1500 la anulación de la sentencia de muerte y la reposición de los bienes que le habían sido incautados. Ahí se pierde definitivamente su pista, aunque es de suponer que volvería al refugio que le brindaban la inexpugnables montañas asturianas.
Mito y realidad se funden en la historia de Teresa Prieto. No obstante es posible constatar, una vez más, la forma en que el poder ha utilizado a las religiones para perseguir formas de conocimiento paganas o revolucionarias ideas científicas. En muchos casos, esa visión alternativa del mundo revelaba una profunda sabiduría del entorno natural y sus recursos, o una excepcional intuición de su funcionamiento. El fanatismo y el miedo a lo diferente han reducido, literalmente, a cenizas a muchos de los depositarios de tales conocimientos, interrumpiendo la valiosa transmisión de su legado. Acaso alguien encuentre demasiado evidente realizar una lectura en clave ecologista de estos hechos, pero no es menos cierto que la historia lleva siglos advirtiendo que deberíamos escuchar más a aquellos seres que han aprendido a vivir en comunión con la Madre Naturaleza. Seguramente la Bruja de Jove no fuera más que uno de esos elegidos.