José Ignacio Delgado
La "casa de las cadenas"
Crónica de una historia de fantasmas en Gijón.

Nada extraño tendría que el lector de esta entrada, escrita bajo la premisa de reflejar un hecho constatado (una "crónica") desconfiase de mi rigor si yo me dispusiera a contar en este espacio una historia de fantasmas. Sin embargo, no es menos cierto que no hay ciudad ni pueblo, ni aldea ni tribu (o cualquier otra forma de agrupamiento humano), que no atesore oscuros cuentos y leyendas, a menudo espeluznantes, con los que se conforma un patrimonio invisible, crónica de lo tenebroso, transmitido en voz baja durante generaciones.
En una entrada anterior compartía la historia de la Bruja de Jove Teresa Prieto que, a finales del S. XV, fue acusada por la Inquisición por la práctica de artes oscuras y por ser una Estrigia robadora de niños. Este caso apasionante merece una breve reflexión por cuanto ilustra la construcción de un mito, muy a pesar de su protagonista. La ciudadana Teresa, que al parecer se dedicaba a la recolección de hierbas y raíces con las que preparar ungüentos y pócimas, fue delatada por algún vecino envidioso, aprovechando el clima de persecución moral impuesto por la Iglesia. Su enjuiciamiento como bruja sin duda otorgó verosimilitud a la acusación aunque ella nunca confesara. En consecuencia y a los ojos de la plebe, Teresa estaba ya condenada a ser una bruja, fuera cual fuera el veredicto oficial. Durante el resto de su aciaga existencia, la pobre mujer sería "La Bruja de Jove", convirtiéndose en el mito que nos ha llegado. Tal extraña mezcla de maledicencia, temor e imaginación, y su relato enriquecido periódicamente con nuevos y escabrosos detalles, conforma no pocas de las historias de fantasmas con las que nos asustaron de niños, y sin duda son parte de las crónicas invisibles de nuestras invisibles ciudades.
La historia que hoy nos ocupa parte de una noticia aparecida en el periódico El Noroeste el 14 de febrero de 1913, y que llamó la atención del público durante los días siguientes. En ella se habla de un palacete vacío de la calle Instituto en el que los vecinos aseguraban escuchar extraños ruidos que de él salían por las noches, “...Pues allí hay puertas que se abren y cierran solas, ruidos interiores muy extraños, ayes lastimeros, choque de cadenas… y muchas ratas que por sus dimensiones infunden pánico al minino más cazador y más barbián de todos aquellos contornos. El vecindario, especialmente las mujeres y los niños, no duermen con tranquilidad en toda la noche. Hay quien cree que tiene debajo de la cama un alma en pena ó el mismo espíritu de Satanás”. El caso llegó a obtener tal repercusión en la ciudad, con la gente agolpándose en la verja de entrada del caserón abandonado, que la autoridad hubo de sofocar el tumulto a manguerazos (no es nuevo por tanto el método de las duchas frías a presión para disolver al personal). Durante varios días, la noticia de la casa encantada ocupó la atención de la prensa aunque pronto, agotada la novedad, cayó en el olvido. No así en el imaginario de los gijoneses, que la incorporaron a la mitología de la ciudad. Esta es la historia en que se basa: Al parecer, el último dueño de la mansión había sido un marinero mercante que se ausentaba durante meses por causa de largos viajes alrededor del mundo. Su esposa, incapaz de soportar la soledad, había encontrado consuelo en brazos de otro hombre, al que invitaba de noche al palacete, consumándose el amor sobre el lecho nupcial que debía compartir con el marido ausente. La fatalidad quiso que este adelantara el regreso de una de sus expediciones, descubriendo así a los amantes. Ciego de furia, atacó a ambos, inmovilizándolos con cadenas a la cama para después torturarlos hasta darles muerte. Después se deshizo de los cuerpos y siguió con su vida, no se sabe en qué circunstancias, aunque tampoco dudo de que puedan haberse formulado multitud de especulaciones. Fallecido a su vez el marinero, la casa entró en un estado de abandono que durante años dio alas a las habladurías, ya que los vecinos juraban escuchar de noche gritos, lamentos y ruido de cadenas. Al cabo del tiempo el edificio fue adquirido y derribado, y sobre el solar se construyó nuevamente. Con la desaparición de su referencia visual (y "sonora"), la historia de la casa de las cadenas pasó al terreno de lo intangible, perdiendo gran parte de su fuerza en un mundo en que la oralidad y la imaginación han sido sustituidas por el imperio de la imagen explícita. Aquel cuento cruel que sin duda debió ocupar los aterrados sueños de muchos niños, hoy es apenas un lejano rumor recogido en estas breves líneas. Pero con tan solo leerlas, el lector que haya llegado hasta aquí propicia la perdurabilidad del mito.
Acompaño esta entrada con el grabado de H. Burgkmair "Amantes sorprendidos por la Muerte" (1510 ).