José Ignacio Delgado
Un punto azul pálido.
Una reflexión sobre nuestra responsabilidad sobre el planeta Tierra.

Esta es la fotografía más distante jamás obtenida de la Tierra. Se realizó en 1990 por la sonda espacial Voyager 1, a 6000 millones de kilómetros del planeta, aún en los límites de nuestro sistema solar. Su título, "Pale Blue Dot", fue idea del científico y divulgador Carl Sagan. La Tierra es el leve punto luminoso que aparece suspendido sobre el rayo marrón que atraviesa la imagen a la derecha.
Nuestro planeta orbita alrededor de una estrella, el Sol, en un extremo de la galaxia. La Vía Láctea alberga no menos de otras cien mil millones de estrellas. Se ha calculado que el Universo conocido contiene cien mil millones de galaxias y ochocientos trillones (8×10^22) de planetas.
Vuelvo a mirar la fotografía: El punto luminoso que flota solitario en la inmensidad del espacio, es nuestra única casa conocida. La única que conoceremos, y que conocerán nuestros hijos y los hijos de estos.
Es obligación de todos cuidar la Tierra. Cada gesto de nuestras vidas, incluso los más insignificantes, deberían estar inspirados por la idea de la preservación. La Humanidad goza de un nivel de información y libertad como nunca antes ha conocido. Sin embargo no es menos cierto que, desde hace decenios, nuestro destino como especie y como planeta está en manos de fuerzas cuyo fin parece no ser otro que la acumulación de poder, aunque ello implique la depredación del planeta y el sometimiento de sus habitantes. Hombres y mujeres son considerados como meros consumidores (anónimas cifras estadísticas) que deben basar sus expectativas en lemas abstractos, moralmente confusos, como "crecimiento económico" o "senda de progreso". A través de los medios de comunicación de masas se ejerce un adoctrinamiento que busca infantilizar a la población, banalizando los problemas reales y confundiendo la mente con una incesante lluvia de datos, porcentajes y morbosidad. Se intenta inculcar el miedo (y consecuentemente, el odio) a la diversidad. Inexplicables corrientes macroeconómicas condenan a millones de familias a la indigencia, y provocan en el resto de la población un resignado conformismo ante los recortes en gastos sociales. Y así, logros que han costado el esfuerzo y sacrificio de generaciones hoy se ven amenazados por el fantasma de la privatización y la precariedad laboral. Igualmente se promueve un gradual empobrecimiento del lenguaje y de la capacidad de razonamiento, señales inequívocas de involución intelectual. Las Redes Sociales e Internet, que se pretendían el definitivo foro global de comunicación e intercambio de ideas, están inundadas de banalidad, egocentrismo y pornografía. El arte y la cultura son reducidos a meros objetos de consumo. Oscuros acontecimientos terroristas sirven de excusa para la limitación de las libertades individuales. Se pretende hacer creer que la insultante y creciente brecha entre ricos y pobres es el menor de los males posibles, necesario para mantener el nivel de vida del "Primer Mundo". Los gastos en defensa y la industria de la guerra siguen acaparando una parte sustancial de los recursos de los países. Bosques y océanos, el mismo aire que respiramos, son sometidos a una insostenible devastación que cuestionan, con insufrible cinismo, las teorías negacionistas del cambio climático. Y todos nosotros, por acción u omisión, somos responsables de promocionar a una clase política que participa de este aquelarre enfangada en un mar de corrupción y burocracia, blindando sus privilegios y despreciando a una ciudadanía que inexplicablemente (o no tanto) los perpetúa en el poder. La irresponsabilidad de todos está llegando al extremo de que no pocas de las presuntas democracias de nuestro mundo se ven hoy dirigidas por verdaderos bufones que hacen alarde de su pleitesía a los poderes económicos, de su xenofobia, de su odio a la diversidad o de su desprecio al medio ambiente.
Ante este panorama no cabe la desidia, el fatalismo o la resignación. Debemos aprovechar la libertad de que aún disponemos para dignificar nuestra cotidianidad y exigir coherencia a quienes elegimos para administrarnos. No es fácil superar los límites de la zona de confort o vencer la sensación de que ningún esfuerzo conseguirá mover las cosas. Sin embargo, el ejercicio de un consumo responsable (que penalice todo aquello que suponga explotación humana o del medio ambiente), la exigencia del mantenimiento de los derechos civiles y logros sociales, y una actitud seria y consecuente a la hora de elegir a nuestros representantes (¿qué tal empezar a consultar los programas de los partidos políticos?...) pueden ser los primeros pasos. Apaguemos la televisión y volvamos a leer libros. Fomentemos la solidaridad y el pensamiento crítico. Preguntémonos, en definitiva, qué cosas son las verdaderamente importantes. El poder para el cambio reside -siempre lo ha hecho- en los ciudadanos invisibles.
Y ahora, miremos por última vez la fotografía tomada a 6000 millones de kilómetros: el pálido punto azul, flotando solitario en la inmensidad del espacio, es la Tierra, nuestra casa. La misma que heredarán nuestros hijos.
J. I. D.
Postdata:
Después de 42 años de viaje, Voyager 1 apenas ha salido de nuestro sistema solar, y ahora se adentra en el espacio profundo. Tardará otros 40000 años en llegar a las proximidades de la estrella más cercana a nuestro sol, Próxima Centauri. En su interior, la sonda lleva un disco de oro con grabaciones de sonidos naturales de la Tierra, saludos en 55 idiomas, y una selección de música de todas las épocas y latitudes que incluye el Concierto de Brandemburgo Nº2 de J.S. Bach.
© 2019 José Ignacio Delgado