José Ignacio Delgado
Yellowstone
Camino hacia la obra maestra

Decía Borges que para escoger sus lecturas, él se dejaba guiar por un criterio esencialmente hedonístico. Ahondar en aquello que nos produce un placer intelectual. Casi nunca he encontrado motivos para disentir de las opiniones del último de los grandes ciegos literarios (Homero, Milton, Groussac, Joyce...), así que un día decidí aplicar el mismo filtro a libros, películas y otras formas de expresión humana. En consecuencia tiendo a ignorar las opiniones de la crítica 'especializada', no solo porque sus argumentos resultan, por lo general, aburridos (síndrome de 'wikidependencia' cuando no arrogante pretenciosidad), sino por la insuperable alergia que me producen los textos mal escritos. Echo de menos a Ángel Fernández Santos, de quien aprendí que una reseña de cine podía ser al mismo tiempo casi una pieza literaria.
Razones de fuerza mayor me han forzado, durante las últimas semanas, a permanecer largas horas recluido en casa. Y yo, necesitado de ventanas a otros paisajes, he paladeado de un solo atracón (si se me permite el oxímoron) las cuatro temporadas de la serie televisiva "Yellowstone". A falta de una quinta que esperaré ilusionado, me arriesgaré calificándola como 'probable obra maestra' que acaso llegue a figurar en el parnaso de "Los Soprano", "Breaking Bad", "The Leftovers", "Retorno a Brideshead", "Yo, Claudio", "The Terror", "Chernobyl"...
No faltan, a mi entender, razones para dejarse llevar por el torbellino de acontecimientos que, sobre los majestuosos y bellamente fotografiados parajes de Montana, protagoniza la familia Dutton. Por ejemplo, su argumento: el patriarca del clan, interpretado por Kevin Costner, es dueño del mayor rancho de Estados Unidos, limítrofe con el parque natural que da nombre a la historia y con una reserva de indios cuyos ancestros fueron los dueños originales de las tierras. Dutton, sobre el que pesa la ausencia de su esposa muerta, debe lidiar con amenazas de todo tipo que persiguen arrebatarle las tierras, y también con el dilema de cuál de sus peculiares hijos heredará el imperio cuando él desaparezca. El guion, muy 'shakespiriano', remite a la tragedia del Rey Lear que también inspira la serie "Succession" comentada en este Blog, y viene firmada por el escritor, actor y director Taylor Sheridan, responsable de libretos tan conseguidos como los de "Sicario" y "Comanchería", y director de la fascinante película "Wind River". Sheridan ahonda en "Yellowstone" sobre los temas recurrentes en su obra: el devenir de héroes solitarios (cowboys), obligados por anacrónicos códigos de honor; grandes espacios abiertos que otorgan al hombre de una dimensión épica y de un sentido de su propia fugacidad; súbitas explosiones de cruda violencia; lirismo y ferocidad; la pérdida de identidad y el desarraigo de las naciones americanas (esos 'indios' tan caricaturizados siempre por el cine); el implacable y depredador avance de la globalización. Y una devoción casi mística por el caballo como inevitable compañero del hombre en su conquista de espacios abiertos (en la serie, Sheridan se reserva un papel secundario como jinete de élite y estrella de rodeos) No resulta extraño que frente a este canto al individualismo y a los 'valores' sobre los que se construyeron los USA, la crítica woke se haya cebado con despectivos comentarios que incluyen acusaciones de misoginia o de la presunta añoranza de la clase wasp por su hegemonía perdida frente al multiculturalismo. Sin embargo, es agradable comprobar cómo el público a veces contradice con su propio criterio las directrices morales que nos aleccionan sobre lo que se debe y no se debe ver: "Yellowstone", que tuvo graves dificultades para encontrar inicialmente un distribuidor dispuesto a arriesgar por un violento western contemporáneo, ha marcado el mejor registro de audiencia en EEUU durante su carta temporada.
No poco de ese aprecio se debe a la carismática actuación de Kevin Costner (quien también es productor de la serie). Cuesta imaginar a otro actor capaz de componer con tanta mesura y falta de afectación un personaje complejo y sutil, aunque en apariencia tan pétreo. Sin duda Costner comparte con Sheridan esa visión idealizada de un país al que, pese a sus graves carencias e injusticias, aman casi con desesperación. Recordemos, por ejemplo, la celebérrima "Bailando con lobos", que bien podría considerarse un prólogo de "Yellowstone". En esta, acompaña al veterano actor un elenco casi perfecto en el que figuran Gil Birmingham (Jefe Rainwater), Cole Hauser (Rip Wheeler), Kelly Reilly (Beth Dutton) -quien desmiente con su poderosa actuación que las mujeres en Yellowstone son irrelevantes-, y muchos otros fantásticos profesionales de la inmensa cantera norteamericana. Sugiero a algunos de nuestros galanes y galanas patrios que, una vez superados sus problemas de dicción (hace tiempo que entiendo mejor a un cowboy de Montana que a esos masacradores del castellano), aprendiesen de ellos tan exigente oficio.
A alguna de las razones expuestas que justifican mi admiración y el disfrute de Yellowstone, añadiré un último comentario. Cuando la historia que se nos cuenta es interesante y está bien contada, es capaz de trascender su contexto geográfico y toda posible connotación folclorista. Ese milagro de transmisión de emociones y conocimiento es tan antiguo como la humanidad y se convirtió en la llave que, en alguna lejana cueva prehistórica, abrió las puertas al arte. Vuelvo de nuevo al gran maestro de la tragedia y a su "Rey Lear". En ella, más allá del conflicto y el drama familiar, puede advertirse una lucha, casi metafísica, entre radicales formas de entender la vida, donde se decide el papel de los humanos sobre la tierra. En la ficción de Yellowstone vemos planteado un similar trasfondo. John Dutton y el Jefe Rainwater son enemigos irreconciliables: uno representa el status quo (ahora en decadencia) de los colonos que hace generaciones expulsaron a los habitantes originales de su territorio; el otro es el líder de ese pueblo desarraigado que pugna por volver a ocuparlo. No obstante esta rivalidad, ambos se respetan porque reconocen en el otro un sentido de lo espiritual que los conecta entre sí y con lo más profundo del paisaje y la Naturaleza. El verdadero y casi invencible enemigo se alza, amenazante y todopoderoso, como representante del materialismo puro y duro que gobierna el mundo. Los verdaderos depredadores de la Tierra. Su lucha es la de unos guerreros en extinción que defienden la libertad de los individuos y de los pueblos frente a la insensible masa amorfa que todo lo va cubriendo.